sábado, 11 de abril de 2009

De encuentros y recuerdos.

Buscando papeles encontré un artículo de Manuel Machín Gurría que recorté de una revista cuando tenía 19 años, hace un largo tiempo. Cuando Ana, mi hija lo leyó, hace ya también un buen tiempo, lo encontró interesante y a mí siempre me gustó. Lo transcribo por deseo de compartirlo.

¿ Qué es el Amor ?

El tacto...ese pecado casi permanente.
Dos cuerpos humanos desnudos que se unen, instándose a la mutua razón disparatada. Las manos lo hacen todo. Hay una súplica de dos, que no se oye, porque ninguno de los dos la dice. Nada cuenta el amor, aún nombrándose.

Las manos lo hacen todo, laboriosas, dispares, esclavas de un derroche sin fatiga aparente, magníficas en todo lo que hacen, sueltas y atadas, lentas y rápidas de acuerdo con la hora. Y el amor nada cuenta, aunque lo haya. Deuda de dos, que cobra siempre y que a su modo , cada mitad del dos le paga al todo. Todo es una mitad y en dos mitades, con la mitad de la unidad se une, a veces, esa unión pasajera que se parte. Mujer y hombre, paralelos rebeldes, siempre cruzándose sin nudo permanente. Se habla del amor, se dicen cosas. Sin embargo, las manos lo hacen todo ... hasta la magia.

El aire y el perfume de dos que están unidos, son distintos en fuerza a cuando están ajenos. Hay algo que se mezcla. Hay algo que se filtra hasta lograr lo único: Un perfume y un aire que sólo son de "ese" cuando se une a "esa".

Entre dos una mirada de deseos, turba. Cuando uno de los dos baja la vista el otro en desconcierto, se avergüenza. Se deben colocar las dos miradas sin que flaquee la entrega prometida. Cópula curva aérea, la mirada. Cópula de dos aires, momentánea.

Un hombre, una mujer, dos caminantes, que en soledad husmean un refugio. Ya juntos se descubren la guarida. Y no es la misma cada vez su madriguera. Siempre cambian de sitio, eternos caminantes que hoy descansan juntos por una breve noche. Breve paso sin huella, brevísima guarida con distinto refugio. Siempre cambian de sitio. Hace una breve noche, yo edifiqué mi choza muy cerca de tus muslos.

Los mejores amantes son aquellos que después de estar juntos, cada uno bosteza su adiós por separado. La cama del amante tiene incontables nombres. Quien la visita presta su identidad efímera y la cama le roba del mote el apellido sin olvidar el ruido del instante en que habita. Luego cambia de forma por razón de la anécdota. De lecho a matorral no hay más diferencia que la que pueda haber entre techumbre y cielo. Hay diferente luz, de acuerdo. Por lo demás, no hay otra diferencia. La cama se desplaza junto con los amantes. No hay camas de mentira. ¿De amar cerca del mar, acaso es inventar, dormir sobre la arena?

El blanco es el color del amante en pudor. El amarillo tiene un tono que conviene porque el temor da paso al naranja que accede cuando pinta el amor y lo pinta en verde y ese verde de amor olvida el pudor, se desviste en azul y se enfría en morado. A menos que reciba el color encendido de un rojo enamorado.

El amante es curioso: Diviniza a la amada. Ya sea doncella o no, la diviniza. El nicho, sin embargo, debe prestarlo ella.

Si, sí, no me lo pidas más, ahora te lo digo, espera, aguarda un poco, mira qué fácil es ... Te amo.

Un joven casi niño y una niña muy joven. Es la primera vez. Han transcurrido tres horas y aún están hablando. Hasta que algo termina. Y logran, majestuosos y torpes, aceptar su instinto en el silencio.

El agua, la saliva, los sudores, líquidos del amor. En la violencia, el agua, la sed lúbrica, lubrica. Se suda en el empalme, una embestida siempre es más fácil si líquida resbala. Y al final, con un grito, la saliva presta a la boca un manantial de triunfo.

Hay otros líquidos hermosos ... como el vino.
El vino es para los amantes como el valor del ave que nunca se aventura hasta saber del ala. Líquido nuevo, el vino, como un líquido mutuo que en el calor se eleva dando valor al lance. El ha alistado el pico y ella se abre de alas. ¿No fué razón de vino ese vuelo embustero? ¿No fué trampa de vino ese color de lanzas? De no haberse bebido ni el hombre se decide ni la mujer despega. Y ya dentro del vino como uno se embriagan y aletean sedientos entre nubes de sábanas.
El vino, como todo lo que llegó después, sobra el decirlo, no es indispensable.

Los amantes se duermen. Un hombre, una mujer, dos caminantes que en soledad husmean un refugio. Siempre cambian de sitio, brevísima guarida con diferente sueño. Hace una breve noche, yo edifiqué mi choza muy cerca de tu cuello.
No hay rostro que más dure que el rostro que se deja. Siempre cambiar de rostro. Hace una breve noche yo edifiqué tu rostro muy cerca de otro rostro. Yo siempre fuí más yo cuando estuve contigo. Y tú fuiste más tú, cuando estuviste presa de nuestra cara anónima y bicéfala.

Los tríos amorosos no son favorecidos porque, en su mayoría, uno de los tres participantes resulta poco diestro, en desventaja.

A poco, se silencian esas palabras cálidas, esdrújulas y cálidas, que se dicen con fiebre. Se silencian las bocas que las dicen humeantes porque a tragos se ahogan cuando se tragan ambos en el sorbo sonoro de un beso de campanas. A poco, se silencian, campanario y garganta. ¡Qué jadeos y alivios! ¡Qué mudas desbandadas toman las bocas tensas cuando su voz termina!

Dos cuerpos humanos desnudos que se unen, instándose a la mutua locura razonada. Las manos lo hacen todo. Cada poro es un hueco, donde se anida un eco. Dialogar de pequeñas chispas enloquecidas que encuentran su razón al chispear la unión de dos cuerpos jinetes. Las manos lo hacen todo, espuelas que se hincan para darle a la monta un no se qué de absurdo, un ignoro qué cosa de hechizo y brujería. Y se monta, se montan las manos sobre el día que la hora no importa, cualquier hora es la buena para domar suspiros. La planicie es inmensa, dura lo que uno quiere.

Siempre se habla de miedo cuando se habla de amores. El sobresalto espera. La noche es buena hora y cualquier hora es buena. Si de noche te amo, te pierdo con el día y al amarte de día la pérdida es mayor porque llega la noche a la cama vacía.
Una vez en tres meses. Tres meses con frecuencia. A veces en tres meses una vez cada día. En meses, vez con vez, ninguna vez había. A veces, una vez, como que un mes se iba. Y otro día una vez, dos, tres veces seguidas. Todo es cosa de números. Una vez, otra vez. Y cada vez distintas.

Promesas de contacto, entre ignorados cuerpos prometidos por la forma de un cuerpo adivinado debajo del vestido. La audacia del amor es increíble.
No siempre me acosté con otro cuerpo. A veces copulé vientre con hueco al paso de una sombra que pasaba entrepiernada al paso de un recuerdo.
Se unen las palabras, uniones no tocadas donde todo se vale. Se paga antes y después se sale.
La pérdida ordenada y la ordenada pérdida. Qué rápido te fuíste después de los desórdenes. Hace una breve noche yo edifiqué mi choza muy cerca de tu oreja y lo único hablado fué una breve palabra nocturna y breve . . . ¡óyeme!

No hay métodos posibles que aseguren la rectitud sin mácula en dos que se conocen. Aparte de sus cuerpos, dos fantasías combaten y en ellas, siempre se muestra alguna perversión, aún pequeña.

La plenitud del beso está en las manos.

Hasta aquí llego hoy, el resto lo transcribiré el lunes.

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