El sábado 23 de mayo de 2009 se casó Adriana, mi hija más pequeña. Siempre habíamos vivido juntas hasta el mes de julio del año pasado que, por razones de comodidad, ( venía mi hermana a pasar el verano a nuestra casa y no cabíamos) nos separamos y cada una empezó a vivir por su lado, aunque seguimos en el mismo conjunto de casas a escasos metros una de la otra. Casi enseguida decidieron ella y su novio vivir juntos y hace un poco de tiempo quisieron formalizar su unión, casándose.
Yo no soy para nada defensora del matrimonio, pero entiendo que sigue siendo lo aceptado y que cuesta trabajo vivir de otra manera, además debía respetar su deseo y un poco contra mis creencias y otro poco a regañadientes lo acepté. Estos diez meses fueron difíciles pues no supimos superar nuestros puntos de vista y, hasta hace unos cuantos días hablamos, bueno realmente habló Adriana y me hizo ver desde su perspectiva lo que quería vivir. Gracias a Dios que ocurrió eso porque la relación madre-hija se estaba deteriorando gravemente y hasta estaba creando problemas con Daniela, mi nieta (hija suya) a quién siempre he dicho que considero mi hija-nieta pues la ví nacer y siempre había vivido conmigo, en fin que ahora me siento tranquila y con un enorme deseo de apoyar sin interferir.
Ese día, a pesar de los pequeños sinsabores que siempre ocurren por los nervios y las prisas, fué un día hermoso. Los anteriores había estado lloviendo desde temprano en la tarde pero el sábado fué soleado y bastante caluroso. Ella estaba hermosísima, tanto su vestido como el traje de Joel fueron de manta y la ceremonia se llevó a cabo en una iglesia de pueblo seguida de la comida también en el mismo pueblo (Xochitepec) muy pintoresco.
Estuvimos toda la familia acompañándola y disfrutando su alegría, estaba felíz y eso es lo que importa...que ella se descubra así, plena de felicidad.
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